Tenemos
que comprender el amor; tenemos que ser capaces de enseñarlo, crearlo,
predecirlo o el mundo será vencido por la hostilidad y el miedo”
Maslow
1954
¿Cuál es el tema sobre el que tratan la mayoría de
las canciones que escuchamos? ¿Cuál, el de gran parte de los poemas? ¿Sobre qué
versan las películas más taquilleras de la mayor industria del sector? ¿Qué
pensamos cuando vemos a alguien ensimismado, inusualmente feliz o ligeramente
apático? El amor, siempre ahí, el culpable de las historias más bellas y los
finales más atroces. Un tema tan interesante dentro de la Psicología Social que
estaba esperando el momento adecuado para escribir sobre él, el día ha llegado.
En la búsqueda de una definición precisa del
concepto amor podemos acudir al diccionario de la Real Academia de la Lengua, “Afecto
por el cual busca el ánimo el bien verdadero o imaginado y apetece gozarlo”.
Una aproximación muy general, podríamos englobar aquí todos los tipos de amor,
desde el fraternal hasta el amor por la patria pasando por el amor pasional o
el amor al arte, lejos de precisar el término de amor romántico al que pretendo
referirme. Quizás debamos acercarnos al arte, el poeta Andrés Capellanus lo
explicaba como “un sufrimiento que nace de dentro de uno, derivado de la
contemplación o la excesiva meditación sobre la belleza de un miembro del sexo
opuesto que provoca por encima de todo el deseo de abrazarlo”. Desde la
filosofía, Locke decía que “Amar es el fruto de la reflexión sobre el placer,
no necesariamente solo físico, que alguien puede producirnos, lo cual está
estrechamente relacionado con las posturas, que en el lenguaje psicológico
hablan de expectativas de refuerzo”. ¿Qué son las expectativas de refuerzo? Conjunto
de pensamientos, sentimientos, motivaciones, reacciones, acciones (incluida la
comunicación no verbal inconsciente) y declaraciones (conducta verbal) que
engloba al fenómeno amoroso (relaciones íntimas, sexuales, de pareja).
El primer paso de una relación amorosa es la
atracción interpersonal hacia otro miembro de la misma especie, en este aspecto
es importante señalar que existen diferencias de género muy marcadas entre las
preferencias que tienen hombres y mujeres en la elección de su pareja sexual.
Los hombres se declinan por mujeres más jóvenes y cualidades como belleza y
salud que aseguren una buena reproducción y descendencia óptima, así mismo, las
mujeres buscan estabilidad económica a la vez que seguridad emocional en su
pareja, condiciones que aseguren su supervivencia y mantenimiento de la prole,
debemos apuntar que estas condiciones se reúnen en parejas con intenciones de
mantener una relación a largo plazo debido a las inversiones asimétricas que
ambos sexos realizan a la hora de mantener una relación sexual, las mujeres
podrían obtener como resultado un embarazo de nueve meses y algunos años más de
crianza, sin embargo los hombres invierten apenas unos segundos en tener
descendencia, no son planes conscientes, sino tendencias adaptativas. Sin embargo,
las expectativas que determinan una relación a corto plazo modifican las
características que los miembros de ambos sexos buscan en el otro dominando una
relajación de los criterios de selección, los hombres buscan atractivo físico y
cierta promiscuidad que asegure un lapso menor de tiempo entre el contacto
inicial y la relación sexual, sin embargo las mujeres están atraídas por
características físicas como la altura o la fuerza y rechazan a hombres con
compromiso previo.
Gran parte de la conductas amorosas están regidas
por criterios de selección natural resultado de millones de años de historia
evolutiva, para asegurar el mantenimiento de la especie nuestros antepasados
tuvieron que saber elegir la pareja más apta, unos buenos genes aseguran una buena
descendencia y determinados rasgos de personalidad hacen las relaciones más
fáciles, es decir, que cada uno de nosotros es el resultado de una genial
combinación generacional regida por la selección natural que teorizó Darwin y
que se puede aplicar tanto a rasgos físicos como psicológicos.
Hasta ahora se han explicado los rasgos evolutivos
que rigen el amor, pero ¿y las causas personales? ¿Por qué se produce el amor
cuando no se pretende tener descendencia? Esto es debido a las grandes
satisfacciones que aporta a la persona, como atracción física, personal y sexual;
activación fisiológica que etiquetamos como sentimientos amorosos, sentimiento
mutuo de atracción, devolución de una imagen propia de características
socialmente deseables a la vez que encontramos a alguien al que hacerle confidencias.
La fase de enamoramiento
está determinada por intenso deseo de intimidad y unión con el otro,
grandilocuencia, pensamientos frecuentes e intrusivos, pérdida de
concentración, idealización o fuerte activación ante la presencia (real o
imaginada) del ser amado. Tras el inicio, si recibimos una alta tasa de
refuerzos, es decir, conductas positivas que nos animen a seguir con la
relación, se produce la fase de amor
romántico determinado por un compromiso mutuo y fuerte intimidad se suceden
las autorrevelaciones y existe una complementariedad de las necesidades, así
como la similaridad en valores, intereses y expectativas (sobre todo si son en
rasgos poco comunes se aumenta la atracción), al garete con el dicho de los “polos
opuestos se atraen”. El mantenimiento de una relación se teoriza mediante un
balance de costes-beneficios, siempre que el producto entre lo que uno da y lo
que uno recibe sea positivo se mantendrá la relación amorosa en el tiempo y se
pasará a la fase de amor compañero en
la que la atracción disminuye pero aumenta el compromiso probablemente
potenciado por el emprendimiento de una vida familiar y en unión con el otro,
un proyecto de vida juntos y la satisfacción de necesidad de compañía.
Al lector pudiera parecerle que estos párrafos
desmitifican cualquier conducta amorosa ideal para reducirla al nivel de los
mortales, es mi intención personal, ninguna conducta provocada por humanos
debería tener un carácter divino alimentado por las canciones, los poemas o las
películas de las que hablaba al principio. Hay mitos absurdos como el de la
media naranja, falsos como el de la omnipotencia del amor o simplemente
imposibles como el de la perdurabilidad de la pasión.
El asunto estriba en que el amor es en sí una
potencial fuerte de reforzamiento, entre los miedos más comunes está el de la
soledad en la madurez o en el futuro, invertimos tantos esfuerzos en mantenerlo
porque aumenta la autoestima y el reconocimiento social, satisface las
necesidades de intimidad, compañía, apoyo, protección, estabilidad y seguridad.
Sin embargo no es imprescindible y a la vez que provoca satisfacciones puede
ser dar lugar a fuertes desequilibrios, desdichas, sentimientos de inquietud y
celos y como colofón final, la ruptura,
que surge cuando existe un conflicto entre el deseo de independencia y el deseo
de intimidad, no suele importar quien decide terminar con la relación, en ambos
miembros se suscitan sentimientos de tensión emocional, frustración y rabia que
los hombres mitigan buscando cuanto antes otra pareja sexual y las mujeres
confiando en sus amigas. Existen autores que declaran que sin una relación
afectuosa, segura y consistente con los padres en los primeros años de vida,
las relaciones futuras es posible que se caractericen por el sufrimiento.
Aquella historia de precioso comienzo puede terminar así o con un maravilloso
final, todo depende de ti, que estás leyendo esto, la psicología solo te lo
cuenta.
“…has
de saber Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y los
movimientos que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos
que traen nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa…”
El Quijote. Miguel de Cervantes.
El Quijote. Miguel de Cervantes.
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